¡No hay dolor, no hay dolor!» gritaba mi padre mientras corría hacia el campo de golf… Pero sí, sí que había dolor, así que finalmente convencí a mis padres para que me llevaran al fisio. Debo admitir que, como soy un poco quejica, es normal que no me creyeran a la primera de cambio. Así que buscamos un fisioterapeuta y en el grupo de fútbol de mamá nos recomendaron a Primi, un fisio que según decían, hacía maravillas…
Llegamos a su consulta y apareció Primi, un masajista muy popular en Instagram. Nos recibió con una bata blanca y nos preguntó sobre mis dolencias… Desde luego, después de sus primeros comentarios, me sentí en buenas manos.
Me senté en la camilla y empezó a examinar mi tobillo y el empeine para identificar el origen de la dolencia… ¡Ay! Qué dolor, comenzó a manipular mi tobillo en todas las direcciones posibles, como si fuera un muñeco de goma… Uff… Empecé a sentir sudores fríos, y las gotas corrían por mi espalda. Pero ahí estaba yo, aguantando el tipo hasta que ya no pude más. Según me explicó, tenía que reposicionar todos los músculos y tendones, y créeme, eso dolía. Juro que estuve a punto de levantarme y salir corriendo. Sin embargo, poco a poco, el dolor empezó a ceder y mi movilidad se recuperaba. Empezaba a tener la situación bajo control hasta que, de repente, dijo: «Un momento, ahora vuelvo…»
No te lo vas a creer, volvió con unas agujas de unos 30 centímetros y empezó a clavármelas por todo el empeine. No podía apartar la vista mientras me las pinchaba, dejando grandes agujas clavadas en mi pie… Y no fueron una o dos, fueron varias… En ese momento, pensé que me desmayaba.
Después de investigar, entendí que estas punciones secas son para eliminar contracturas, pero, sinceramente, no entendía nada. Ya había sufrido bastante como para que empezara a pincharme, especialmente porque no soporto las agujas. Estuvo así un rato hasta que finalmente las retiró. Tenía la esperanza de que todo hubiera terminado, pero entonces sacó un bote de alcohol y desinfectó todos los pinchazos. ¡Qué dolor! Esto no era un masaje con final feliz, ¡era una tortura! Al menos, eso parecía ser el final, o al menos eso esperaba…
¿Pero adivina qué? No se detuvo ahí. Salió de la sala y regresó con unos algodones en llamas sujetos a unas varillas. ¿Qué estaba pasando? No estaba en el fisio, ¡parecía que estaba en un circo! «Me pregunté atónito, mientras se acercaba con fuego y un vaso…» No te lo vas a creer…, introdujo el algodón en llamas en el vaso y luego lo puso sobre mi empeine para aplicar calor a la contractura, aunque más que calor, se sentía como si estuviera en el infierno… «Por favor, ¿cuándo se acabará esta tortura?» pensaba yo.
Lo más sorprendente de todo es que cada vez que me hacía algo nuevo, mi padre se desternillaba de risa. Pero no te preocupes, el que ríe último, ríe mejor. Pronto tendrá que volver porque tiene una fascitis plantar, así que lo acompañaré para vengarme.
¿Se acabó ahí? ¡Para nada! Primi salió de la consulta nuevamente y trajo una palangana llena de agua hirviendo con una nube de vapor que no me dejaba ver. ¿Y ahora qué? Metió unos paños en el agua y los colocó sobre mi empeine para aplicar calor de nuevo. Creo que ese fue el momento más feliz de toda la sesión. Finalmente, el tratamiento había terminado.
Antes de salir de la consulta, Primi me pidió que le tomara una foto para su Instagram, que es precisamente la que adjunto a este post. ¿Qué opinas de mi cara? vaya situación… Pero que sepas que ya estoy jugando a fútbol a full!!! 🙂